T:Así es, me siento tan mal que ni siquiera quiero ir al cine
S:Entonces sí estás grave
lunes, 18 de febrero de 2008
De los niños nada se sabe
Apresuro otro bocado de cheesecake. El sabor a girasol ennegrecido no se quita. He terminado de leer De los niños nada se sabe de la italiana Simona Vinci (Anagrama) . De entrada, lo admito, no me llamó la atención, no suelo seguir las recomendaciones literarias aunque sean sugeridas por doctos en la materia. Sin embargo, devoré el lote de libros que me prestó Daniel Salinas y no tuve más remedio que comenzar a leerlo, no malinterpreten, tampoco lo hice por obligación, simplemente fue el último que permanecía a un costado de la cama.
En el rellano espeso, la figura de una niña con botas rojas se apea, es Martina, diez años de edad apenas y tan mayor, igual que Matteo. En medio de un descampado nadie adivina lo que sucede. La historia de un grupo de niños que titubean en la cuerda floja del paso a la adolescencia. Simona Vinci omite los detalles del precoz despertar sexual, los envuelve en un fino lenguaje, casi maternal, poético e intenso, pero no por ello se desliza entre lo sórdido y erótico. Vinci no escatima en las figuras retóricas, las coloca en los labios de Martina, Matteo, Luca, Mirko y Greta. Sus voces se clavan tan profundas y agudas como un grito atrapado en un estetoscopio. Es posible que su voz sea un recuerdo de nosotros mismos:
“(Martina) Canta una de esas canciones que suelen cantar los niños, canciones que, al oírlas, nos recuerdan algo, no sabemos qué, acaso la época en la que también las cantábamos. La voz es armoniosa y bonita, canta como si le cantara a alguien, con aplicación y paciencia, ni muy rápido ni muy despacio. Así lo hacen los niños cuando están tristes”
Veo mis uñas, el esmalte está levantado, descuidado, al igual que el de Greta. A ella le aburre y duele lo que yo disfruto a deshoras. Como más pastel de queso. La primer novela de la italiana levantó una profusa polémica el año de su publicación (1997). Críticas radicales y moralinas despedazaron la obra y la señalaron como un panfleto paidofilo. Algunos más amables, incomodados por lo políticamente correcto, decidieron no emitir juicios sobre el fondo y apelaron a la forma. Por fortuna entre algunos distinguidos críticos (eso dice la contraportada y la creo) emitieron favorables comentarios respecto al libro. Hace once años exactamente, yo tenía la edad de Mirko, el dirigente del grupo; yo también jugaba con patines y escuchaba las mismas canciones que ellos; desesperaba a los tenderos contando los centavos sobre el escaparate; soportaba el verano con fascinación, sensación térmica 35°C; pero los girasoles de mi colonia nunca ennegrecieron de esa forma. Un pacto sellado con soda de naranja, saliva, semen, lágrimas y sangre. La sensación de abandono estremece. Casi la misma que me asalta cuando imagino a mi padre, en penumbra sobre el comedor, leyendo la carta ficticia que dejé cuando me fui de casa, sólo un año después de que de los niños no se supiera nada.
Un libro lleno de recuerdos, algunas canciones olvidadadas salieron salpicadas en las hojas de la italiana. Aquí algunas de ellas.
En el rellano espeso, la figura de una niña con botas rojas se apea, es Martina, diez años de edad apenas y tan mayor, igual que Matteo. En medio de un descampado nadie adivina lo que sucede. La historia de un grupo de niños que titubean en la cuerda floja del paso a la adolescencia. Simona Vinci omite los detalles del precoz despertar sexual, los envuelve en un fino lenguaje, casi maternal, poético e intenso, pero no por ello se desliza entre lo sórdido y erótico. Vinci no escatima en las figuras retóricas, las coloca en los labios de Martina, Matteo, Luca, Mirko y Greta. Sus voces se clavan tan profundas y agudas como un grito atrapado en un estetoscopio. Es posible que su voz sea un recuerdo de nosotros mismos:
“(Martina) Canta una de esas canciones que suelen cantar los niños, canciones que, al oírlas, nos recuerdan algo, no sabemos qué, acaso la época en la que también las cantábamos. La voz es armoniosa y bonita, canta como si le cantara a alguien, con aplicación y paciencia, ni muy rápido ni muy despacio. Así lo hacen los niños cuando están tristes”
Veo mis uñas, el esmalte está levantado, descuidado, al igual que el de Greta. A ella le aburre y duele lo que yo disfruto a deshoras. Como más pastel de queso. La primer novela de la italiana levantó una profusa polémica el año de su publicación (1997). Críticas radicales y moralinas despedazaron la obra y la señalaron como un panfleto paidofilo. Algunos más amables, incomodados por lo políticamente correcto, decidieron no emitir juicios sobre el fondo y apelaron a la forma. Por fortuna entre algunos distinguidos críticos (eso dice la contraportada y la creo) emitieron favorables comentarios respecto al libro. Hace once años exactamente, yo tenía la edad de Mirko, el dirigente del grupo; yo también jugaba con patines y escuchaba las mismas canciones que ellos; desesperaba a los tenderos contando los centavos sobre el escaparate; soportaba el verano con fascinación, sensación térmica 35°C; pero los girasoles de mi colonia nunca ennegrecieron de esa forma. Un pacto sellado con soda de naranja, saliva, semen, lágrimas y sangre. La sensación de abandono estremece. Casi la misma que me asalta cuando imagino a mi padre, en penumbra sobre el comedor, leyendo la carta ficticia que dejé cuando me fui de casa, sólo un año después de que de los niños no se supiera nada.
Un libro lleno de recuerdos, algunas canciones olvidadadas salieron salpicadas en las hojas de la italiana. Aquí algunas de ellas.
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