
Sin duda, Blade Runner se convirtió, después de un semestre de análisis en apreciación cinematográfica, en una de mis películas favoritas. Podría citar muchas características en la que baso mi favoritismo, pero realmente la identificación socioespacial de mi entorno, evocado en las umbrías locaciones, es lo que me hace liberar dos o tres efusivos suspiros. Además, la excelente persecución entre Deckard y Roy, quien a su vez me ha regalado una de las escenas de beso más estremecedoras: Pris, inerme, recibe un ósculo que aún no logro definir entre el amor o el deseo sexual.
En todo caso, lo que realmente amo de esta película es el origami posmoderno que se asoma en este post.