lunes, 20 de agosto de 2007
El lado más bestia de la vida
Recuerdo a Manolo, uno de mis mejores amigos, drogarse religiosamente los domingos. Durante muchos años trabajo en un cine, encargado de las salas de proyección, disfrutaba ser el censor de las escenas eróticas, cortaba de cada una de ellas los frames exactos para reproducir después, en su casa, una secuencia a su antojo. Con sus ahorros pudo comprarse un auto color huevo que siempre soñó, para ello tuvo que dejar de visitar el Cacahuate' s Bar y racionar sus dosis de "vidrio soplado". Nunca pagaba un motel, prefería la incomodidad del asiento trasero, las cuevas cercanas al malecón o la cama de su madre usufructuada a escondidas. Siempre con deudas, la vena y el ojo púrpura por tanto inyectarse mientras leía. Es el único que sin inmutarse, me dijo que se masturbaba pensando en todas las mujeres de su vida. Yo lo amaba y admiraba realmente. En fin, él siempre caminaba por el lado más salvaje de la vida.
Tenía un par de años sin verle, hasta este domingo. A diferencia del Manolo entrañable que hace diez años vi por primera vez, este me resultó desconocido. Mudó su empleo en el cine por el de burócrata en una dependencia. Su ovotransporte, por una camioneta familiar con seguros para niños. Cambió a Michi Panero por Savater. Dejó de ir al Cacahuate' s Bar definitivamente y ahora tenía en su cartera membresías para Sea World.
Al despedirnos, consciente de mi mirada atónita, me dio un beso y susurró en mi oído: -No te equivoques, yo sigo caminando por el lado más salvaje de la vida, esta vez fuiste tú la cambió de acera.