viernes, 12 de junio de 2009

Lo bueno de perder medio día

Por enésima vez acudo al IMSS, una dermatitis crónica que no entra dentro de mi seguro de gastos mayores me obliga a levantarme temprano, hacer fila, esperar pacientemente un mes para que me den cita, otro más para entregar una muestra de orina y hoy dos horas y media de pie para otorgarles mi sangre.

Evito hablar con los extraños de la fila, no me interesan sus historias, lo siento no estoy en horas de trabajo. Percibo entonces que mi bajísimo nivel de glucosa (necesario venir en ayunas decía la solicitud de laboratorio) me dotan de la más cínica misantropía. Detesto a la recepcionistas menopáusicas enfundadas en sus trajes pistacho; a los ancianos de ojos vidriosos que aun esperan el reparto agrario; a los que están en el módulo del Afore hablando de tasas anuales favorables cuando a leguas se percibe que todo en su vida ha sido déficit; detesto a todos pero ganas me faltan para arremeter contra ellos, enfilo la vista a un libro de Bolaño, intento leer pero una profunda nausea repta por mi conciencia, cierro el título, no puedo permitirme leer a Bolaño con asco.

Mujeres embarazadísimas como mis deudas se amontonan en una línea paralela a la mía, un niño bastante peludo como para ser humano, da vueltas alrededor de su inflada progenitora, el cabroncito hirsuto mueve los brazos tan arrítmicamente que me llena de espanto, -tiene epilepsia- advierto a su madre, hace como que no me escucha-oiga, tiene epilepsia- le grito mientras le señalo al amasijo de pelos que ahora oprime contra su cuerpo. Por fortuna la fila avanza, escucho mi nombre, me ponen el elástico, pinchan mi vena, brota entonces mi sangre, más que roja negra, no es la primera vez que la veo en cambio, es la primera ocasión que sangro a voluntad.

Salgo al fin triunfante de la clínica, más resuelta y animada, soy enemiga de la comida callejera, aunque la visión nublada y un cosquilleo en las puntas de mis dedos me hacen cambiar de opinión aunque sea por una vez, llego a uno de los ambulantes, el puesto más humeante y apetitoso. Déme lo que sea, ¡pronto! me acercan un plato, devoro y me sumo en esa plácida letanía que procede al que sabe que ha perdido la mitad del día.